Cap.4. El Primer Baile

Jason llamó a su casa para contarle a sus padres que se iba a quedar esa noche en mi casa. 

-Ya los he llamado, caprichosa.-me dijo en tono burlón. 

-Así que por querer estar con mi novio soy una caprichosa ¿eh? 

-No. Visto de ese modo, no.-Y se inclinó para poder besarme. 

Cada vez que me besaba sentía que la piel me ardía. Pero no podía negar que era el ardor mas dulce del mundo. Le rodeé la cintura con los brazos y él hizo lo mismo. Se apartó un poco, lo suficiente para poder hablar. 

-¿Qué tal si te vas cambiando en lo que yo le explico a tu hermano y me cambio también? 

-Vale, pero no te vallas a reír... 

-No creo que me valla a reír, amor. 

Y dicho esto subí a mi habitación para ordenarlo todo. Me di una ducha rápida y me puse el traje y los dichosos tacones. Sería todo un milagro que no terminara con ampollas esa noche. Pero al menos obtenía como recompensa el que Jason se quedara esa noche.

Me puse poco maquillaje y en el pelo me hice unas ondulaciones con unas tenacillas que en Navidad me había regalado Robert. 

Bajé las escaleras lentamente para no caerme. Veía mis pies pero por si acaso. Lo primero que vi fue a Robert sentado en el sofá y después me fijé en Jason. Iba muy elegante. Llevaba un traje negro con una camiseta blanca, zapatos de salón negros e incluso una corbata. Al ver la corbata me reí dado que era del mismo color que el azul de mi vestido.

-Estas preciosa. Tal y como te imaginaba con ese vestido.-dijo, mirándome de arriba a abajo.

- Gracias, "Don Elegante". Se rio ante mi pequeño apodo. 

-Tráela temprano, Jason.-dijo Robert mientras le miraba con recelo. 

-Tranquilo. Ruth estará bien. 

 Cuando llegamos al destino, un chico que tendría unos 20 años me abrió la puerta del coche. Todo el mundo saludó a Jason, y éste no hacia nada más que presentarme a gente. Cada nombre que decía, cada nombre que se me olvidaba. Eran nombres ingleses como el mío pero nunca me quedaba con ninguno. 

-¿Te lo estas pasando bien?-me pregunto Jason cuando estábamos bailando en una pista que rotaba en una especie de jardín. 

-Si, pero estoy muy cansada. ¿Qué tal si nos vamos ya a casa?-le dije intentando no parecer demasiado desesperada por irme. 

Por suerte mi voz sonó cansada. 

-Como tu quieras, mi princesa. 

Le pasé los brazos por el cuello y él me estrechó contra sí mientras me recorría la espalda con sus manos. Se inclino y me beso con fuerza y dulzura.